Ramón Martínez

La mentira se ha usado como arma de guerra desde la antigüedad. Ya lo decía el dramaturgo griego Esquilo hace 2500 años: “La verdad es la primera víctima de la guerra”.

A lo largo de la historia se ha usado la mentira para justificar o incentivar actos bélicos que de otra forma no tendrían el respaldo suficiente. Un ejemplo lo tenemos con las cruzadas, en las que con la frase “Dios lo quiere” se arrastraron masas a unas guerras religiosas que duraron buena parte de la Baja Edad Media. Pero también se ha usado la mentira con el propósito de inducir al enemigo a errores tácticos que pudiesen conducir a su derrota o bien causar daño.

Tras la Revolución francesa de 1789, quienes tenían el poder en occidente comprendieron mejor la utilidad de tener el respaldo social para emprender una acción bélica, un tema que no preocupaba especialmente a las monarquías absolutistas. De esta forma podemos ver ejemplos en el siglo XIX con la guerra hispano-estadounidense, donde los americanos se tomaron la molestia de crear un atentado de falsa bandera para justificar la guerra contra una España que no tenía medios para hacer frente a la gran potencia emergente. Aunque se cuestionase si realmente el hundimiento del Maine fue un atentado o no, es absurdo pensar que un país débil pudiese provocar sin motivo a una potencia muy superior. Lo que está claro es que esto sirvió para agitar descaradamente a la opinión pública estadounidense en favor de la guerra contra España.

Pocos años más tarde, en 1914 Londres logró convencer a su población de que Alemania violaba masivamente a las mujeres belgas y que los británicos estaban en la obligación de ayudar a aquellas pobres mujeres, cuando la razón real del interés del Imperio británico en la guerra era impedir la expansión alemana que amenazaba sus intereses. Con la Alemania nazi tenemos otro ejemplo de como mediante el control de los medios de comunicación se puede agitar a la mayoría de la población en favor de la guerra y acallar a la oposición y a toda reacción social en contra.

Después de la segunda guerra mundial tenemos muchos más ejemplos de como mediante mentiras se han intentado justificar guerras como en el caso de Vietnam, Irak, etc. La lista sería muy larga, pero no deja de sorprender, como el imperialismo americano ha cometido tantos crímenes de guerra con total impunidad sin que los medios occidentales hayan cuestionado estos abusos, no al menos como lo están haciendo contra Rusia en relación con el conflicto bélico en Ucrania. Por el contrario, se ha perseguido y castigado a quienes han denunciado sus gravísimos crímenes como ha ocurrido con Julian Assange, que aunque demostró de forma fehaciente la veracidad de sus graves denuncias contra Washington, ningún gobierno que hoy muestra tan fervorosa solidaridad con Ucrania reacciona ante la impunidad de Estados Unidos.

Llama la atención que los activistas pro-Washington se caractericen por quemar viva a la gente en nombre de la “democracia” o la “libertad” u otros pretextos como ha ocurrido en Venezuela, o que promuevan golpes de estado y que los medios occidentales apoyen sin embargo a los opositores de los gobiernos legítimos de países que se muestran contrarios a los intereses de Washington.

En España concretamente, se hizo patente que los gobiernos y los medios masivos son serviles a los intereses de EE. UU. Fue descarado el engaño de Javier Solana siendo ministro del PSOE prometiendo y asegurando repetidamente que España no entraría en la OTAN, cuando años más tarde se demostró no solo que mentía, sino que además llegó a ser secretario general de la OTAN.  Es evidente que los gobiernos que ha tenido España en lo que lleva de democracia, sean de “izquierdas” o de derechas, han sido serviles e incondicionales a los intereses de Washington. España ha sido víctima de una guerra, donde la mentira ha sido un factor indispensable para conseguir sin grandes costes militares una victoria del Imperio de EE. UU. Así las cosas, España aporta grandes sumas de dinero y recursos para mantener el poderío militar americano en Occidente, o donde lo necesiten, sin que la sociedad española lo pueda impedir, a pesar de tener una deuda pública ya impagable desde hace años, causada por una corrupción que es amparada por un poder judicial donde algunos de sus miembros se acogen a amnistías fiscales después de haber sido descubiertos como delincuentes económicos con cuentas en paraísos fiscales.

En la actual guerra de Ucrania hay actores que tienen mucho que ganar y otros mucho que perder, pero podemos encuadrarlos en dos bandos, Washington (la OTAN y sus afines) y Rusia. Aunque Rusia aparece como el único agresor en este conflicto, no se menciona el golpe de estado de 2014 (revolución de color) que dio el poder a un gobierno pro-OTAN cuyos defensores no dudaron en asesinar a sus oponentes al igual que se ocultan las otras revoluciones de colores que están desestabilizando gobiernos a costa de causar guerras que afectan a la población civil, obligando a miles de familias a buscar refugio en otros países, o las matanzas del ejército ucraniano en Donbáss.

La guerra de Ucrania no debiera de existir, pero algo la ha causado y desgraciadamente, si recordamos la historia, podríamos encontrar cierto parecido de la situación actual con la frase de Cicerón “Carthago delenda est” (Cartago debe de ser destruida) y que se enunciaba ante la necesidad que tenía Roma de destruir a su rival Cartago en su lucha por el dominio del comercio en el Mediterráneo. En este caso, el Imperio americano contra la emergente Rusia.

 

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